• La siesta y el dilema de Frodo ante el espejo

    La siesta y el dilema de Frodo ante el espejo

    De mis virtudes, que las tengo, puedo decir poco. No soy dado a la autocomplacencia y no me gusta autoreferenciarme aunque sea para bien y no haga daño a nadie. Creo firmemente que las virtudes, si se tienen y son importantes, deben ser reconocidas, es decir, conocidas por segunda vez, concretamente por aquellos que deben hacerlo y solo aceptadas por uno mismo.

    Mis defectos, por el contrario, son para mí evidentes y presentes en mi vida casi en cada momento. Debe ser algún comportamiento inherente al ser humano el verse reflejado solo en lo peor cuando se presta atención a uno mismo. Yo así lo creo y no es algo que me pese, porque los entiendo como necesarios y propios.

    Trato de ser una mejor persona cada día, lo prometo. Trato de serlo con toda la complejidad que ello conlleva y a sabiendas de que es muy probable que emplee mi vida entera en corregir algunas de esas imperfecciones sin conseguirlo completamente ni con la más nimia de todas ellas.

    Me molestan los ruidos, las personas que conducen de manera violenta, el exceso de cercanía al hablar, el griterío en un bar… Soy malencarado según por donde el sol salga y qué sé yo cuántas cosas más. Detesto las multitudes, el pan duro, los flojos de carácter y de voluntad. Sabe Dios que no soy un gran padre, marido y ni siquiera un buen hijo. Buena cuenta de ello da mi “santa esposa”. Como buen procrastinador, suelo darme cuenta de todo lo que hago mal y tarde, faltaría más.

    En una de estas meriendas de mayo, estuve en mi hogar escuchando la típica discusión entre madre e hija. En el tira y afloja se daban gritos, correrías y algún llanto. Yo ya no lo soportaba. Decidí encerrarme en mi habitación y encender el proyector para ver alguna serie o una película, y Tolkien se cruzó en mi camino para aliviar un poco mi ansiedad doméstica: «El Señor de los Anillos: El retorno del rey».

    – Atención, aviso por ‘destripe’ o como se dice ahora, por ‘spoiler’ –

    Entiendo que no hago ningún perjuicio a nadie por hablar de esta película y lo que acontece en ella, dado que se estrenó hace más de 19 años, basado en una novela del ya mencionado J.R.R. Tolkien, la cual vio la luz hace más de 67 años, y por tanto dudo que alguien desconozca lo que ocurre con Frodo, el anillo único y su misión. Sería como temer por desvelar a algún ingenuo que, en la película «Titanic», al final el barco se hunde.

    – Continúo –

    Se dio el caso de que en la versión extendida, la que yo veía, la película dura algo más de cuatro horas. Por lo que más que verla, la visioné a trozos. Cada vez que abría los ojos en uno de mis despertares, Frodo, portando el anillo único, iba por un sitio distinto pasándolas canutas y con más mala cara que un pollo de “Simago”. Algunas veces solo, otras con su fiel escudero Sam Sagaz y en el último tercio acompañado además por la criatura Gollum, un extraño ser repudiado por todos, desterrado, incomprendido y solo, al que el anillo había arruinado la vida potenciando en él la avaricia, la envidia, la codicia, la soberbia y la ira. En cierto momento del viaje, Frodo lo hace su compañero porque siente pena y ternura por él, porque entiende mejor que nadie lo que el anillo le ha hecho a ese ser despreciable.

    La misión de Frodo, misión que es casi imposible para un ser de su categoría, un mediano, un hobbit, un hombrecillo de pequeña estatura, se antoja irrealizable. Él debe portar la pesada carga del anillo hasta el Monte del Destino, en la tierra de Mordor.

    En específico, debe llegar a la Grieta del Destino, un lugar en la ladera del monte, donde el Anillo puede ser destruido en las llamas del volcán que hay en su interior. Este es el único lugar donde el Anillo puede ser destruido.

    Pues bien, yo volvía a dormir tranquilamente mientras que el bueno de Frodo aguantaba la influencia corruptora del anillo, las trampas y los peligros, la fatiga y la debilidad. Entonces, quiso el destino que volviera a despertarme justo en el momento del final. En ese momento donde Frodo se encuentra en el borde del río de lava en el volcán. Justo donde debe arrojar el anillo y así destruirlo para siempre.

    Frodo aún no lo sabe pero no está solo. La criatura Gollum le ha seguido a escondidas y lo acecha. Planea arrebatarle el anillo antes de que lo arroje al río. Frodo se arrepiente en el último momento y no quiere destruirlo, es sorprendido y Gollum se apodera del anillo arrancando de un mordisco el dedo donde lo llevaba. Se produce un forcejeo entre ambos. Al final, el anillo cae junto con Gollum al fuego, se destruyen ambos y la Tierra Media se salva de la fatalidad.

    Yo presenciaba la escena de esa película que tanto me gusta dormitando. Cuando una película me gusta mucho, la veo varias veces y siempre suelo sacar algo más de jugo sobre algún detalle que escapó a mi entendimiento. En esta ocasión, el detalle se reveló como colosal.

    No me había dado cuenta hasta ese momento, pero la historia maravillosa de Frodo como salvador de su mundo, esa epopeya fantástica de esfuerzo y superación, esa gesta increíble donde el más débil finalmente vence al poderoso, era en ese momento para mí un fraude monumental, un fallo de narices.

    Frodo es recibido con honores, honrado con la gratitud de los pueblos libres, todo ello en base a un fracaso, una derrota tremenda. En el último momento, después de pasar penurias y aventuras dramáticas, Frodo frente a la Grieta del Destino falla en su misión. Su voluntad le abandona y no arroja el anillo al fuego, es decir, después de todo lo pasado, en el último momento es vencido por el poder del anillo, pero aún así se le considera un héroe y es reconocido como tal.

    Nadie se percata de que es la criatura Gollum, con su avaricia, su ira y su soberbia, la que propicia finalmente la destrucción del anillo.

    Por tanto, la salvación de los pueblos libres es posible gracias a los defectos de una criatura y no a las virtudes y la valentía del héroe.

    Me di cuenta de súbito que había menospreciado aquel personajillo al que todos repudiaban. La criatura Gollum verdaderamente era importante por el papel fundamental que debía cumplir en esa historia. Se expuso ante mí, espectador, como lo que era, como lo que siempre había sido: El alter ego de Frodo, su parte oscura, todos sus defectos y pecados, la piedra bruta del protagonista.

    Gollum era Frodo, su antagonista, y debía acompañarlo, no había remedio, debía estar con él hasta el final y jugar un papel vital en su destino, quisiera él o no.

    Frodo, al igual que yo, había reconocido a Gollum no como el ser despreciable que era, sino como parte de sí mismo. Había empatizado con él, lo amaba como a sí. Frodo sabía que se podía convertir en Gollum en cualquier momento, así como todos sabemos que si no luchamos contra nuestros bajos instintos, seremos presas de ellos.

    Ser mejor cada día me suponía un esfuerzo ímprobo, pero entonces entendí que el mayor de los esfuerzos no era la lucha en sí misma contra mi naturaleza negativa, sino que el esfuerzo real era primero la propia aceptación. La mirada del espejo donde nos conocemos y nos reconocemos una y otra vez con reiteración.

    En la frase «nuestros defectos», primero hay que decir «nuestros». Son parte de nuestro ser y como tales deben ser reconocidos, no repudiados y expulsados. Nada debe cubrir con un velo lo que somos. Debemos amar y reconocer a nuestro yo negativo antes que desbastarlo. Reconocer nuestros vicios, imperfecciones y flaquezas para llegar al entendimiento con nosotros mismos.

    Yo pienso realmente que el primer paso para tratar de modificar algún parámetro de tu vida que no te guste, es exponerlo, hacerlo público y notorio. No para que lo publiquen en el diario local pero si para mostrarlo a tus seres queridos y a tus amistades.

    Cuando sacas a la luz algo que no te gusta de ti mismo, lo estas aceptando, lo estas haciendo propio, estas presentando en sociedad a tu Gollum interior.

    Es una de las primeras prácticas en cualquier sistema de recuperación emocional y social, como por ejemplo las asociaciones de alcohólicos, narcóticos o de recuperación psíquica y coaching.

    Mostrar lo que no te gusta pero es parte de ti lo hace tuyo y por lo tanto se puede pulir.

    No puedes cambiar lo que no es propio, lo que no te pertenece. Si escondes tus defectos no los puedes cambiar.

    Con todo lo descubierto en la soledad de mi dormitorio, un último pensamiento me sobrevino:

    «Tolkien era un tipo listo» y luego volví a dormir.